50 santos para llevar en el bolsillo by Antonio R. Rubio Plo

50 santos para llevar en el bolsillo by Antonio R. Rubio Plo

autor:Antonio R. Rubio Plo
La lengua: spa
Format: epub
editor: Ediciones Rialp, S.A.
publicado: 2014-06-02T00:00:00+00:00


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SAN JUAN DE ÁVILA

UN MAESTRO DE ORACIÓN

Los cristianos creen que Dios tiene la última palabra en sus vidas y que puede intervenir en ella deshaciendo los propios planes y sustituyéndolos por los suyos, porque 'mis pensamientos no son vuestros pensamientos, mis caminos no son vuestros caminos' (Is 55, 8). Vendrá un día en que lleguen a la conclusión de que la elección divina ha sido mejor que la suya. Esta elección se presentará muchas veces por medios ordinarios, y otras por extraordinarios, como le sucedió a Pablo en el camino de Damasco, cuando rindió sus intenciones de perseguidor y preguntó a Jesús: 'Señor, ¿qué quieres que haga?' (Hch, 9, 6). Algo parecido le sucedió a san Juan de Ávila en Sevilla, en 1527. Hacía un año que se había ordenado sacerdote y tras celebrar su primera misa en su pueblo natal, Almodóvar del Campo, repartió entre los pobres la fortuna heredada de sus padres para marchar a las Indias, con punto de partida obligado en la ciudad hispalense. Sin embargo, Fernando de Contreras, doctor por Alcalá y prestigioso catequista, al que Juan conoció al llegar a Sevilla, pronto se dio cuenta de sus cualidades y de su fervor apostólico. Pidió al arzobispo sevillano que le disuadiera de su viaje, pese a que todo estaba ya preparado. Juan iba a acompañar al dominico aragonés fray Julián Garcés en su partida hacia México, donde había aceptado, pese a tener setenta y cinco años, su nombramiento como obispo de Tlaxcala.

Finalmente, renunció a su aventura americana para desarrollar su apostolado en España, particularmente en Andalucía, al tiempo que continuaría sus estudios teológicos en los años siguientes. No sabemos si por algún momento llegó a arrepentirse de este cambio de rumbo en su vida, pues en 1531 fue procesado por la Inquisición y encarcelado durante dos años en Sevilla, pues algunas de sus palabras y escritos fueron tachados de disparatadas herejías. Sin embargo, dio muestras de paciencia e incluso redactó en la cárcel su tratado de espiritualidad, Audi filia, una de las obras cumbres de la literatura mística española. Absuelto de las acusaciones de heterodoxia en 1533, Juan partió para Córdoba y luego para Granada, llamado por el arzobispo Pedro Guerrero, conocedor de sus dotes teológicas. Aquel sacerdote de escasa salud y menor fortuna terminó por convertirse en uno de los más grandes teólogos y directores espirituales de su tiempo, y se relacionó con personajes que llegaron a ser santos: Teresa de Jesús, Juan de la Cruz, Juan de Dios, Francisco de Borja, Ignacio de Loyola, Pedro de Alcántara, entre otros. Para todos ellos era el Maestro Ávila, que realizó además numerosas contribuciones al concilio de Trento, aunque por motivos de salud no pudiera estar presente en las sesiones. Fundó la universidad de Baeza y varios colegios menores para la formación del clero, con lo que se anticipó a las disposiciones conciliares que dieron origen a los seminarios. Su pasión por formar sacerdotes ejemplares y santos llevó a Pío XII a proclamar a Juan de Ávila patrón del clero español.



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